Teen Night Out - Art Making

Desde hace un tiempo he sentido una especie de incomodidad por el consumismo constante que mis hijos han integrado como parte de su vida.

Como madre me siento totalmente responsable de esto y mi mayor deseo es que ese consumismo se equilibre y deje de gobernar la vida de dos adolescentes de la generación “Z”.

No quiero decir con esto que estoy en contra del consumismo. Es parte de la vida cotidiana. Necesitamos comprar cosas básicas y nos hemos creado otras necesidades que no son imprescindibles: ropa de marca, comida gourmet, autos de lujo , zapatos de diseñador, bolsas carísimas, celulares sofisticados, televisiones gigantes, restaurantes de lujo, viajes exóticos, gadgets innecesarios, adornos extraños, aparatos electrónicos, televisión por cable, uber, escuelas, servicio doméstico, revistas, etc.

El asunto es que ni aún con tantas cosas logramos ser completamente felices, simple y sencillamente porque estamos poniendo nuestra felicidad en objetos y situaciones externas, en lugar de situarla en donde verdaderamente reside: la mente y el corazón.

Es frustrante ver a tus hijos con cara de apatía aún después de haberles comprado lo que querían y que en apariencia les haría felices, no se vale!

Lamentablemente en las escuelas, especialmente las privadas, se fomenta la competencia a través del consumismo. Quien tiene el mejor telefono, ha hecho el mejor viaje o trae la ropa más cool son el tema de conversación. Esto provoca una diferencia poco sana entre los chicos. ¿Se trata de quien tiene más?

Pero si bien esta es una enfermedad del alma y falta de valores de nuestros tiempos, como padres podemos crear un cambio y hacer una diferencia. No me refiero a dejarles de comprar, sino a fomentar otras áreas de su vida que enriquezcan su espíritu y que en verdad disfruten.

Estas últimas semanas han sido para mi de mucho aprendizaje. Cambié de escuela a mi hija empezando el actual ciclo escolar. Desde un principio sucedieron una serie de eventos que no me gustaron. Empecé a dudar de lo acertado de mi decisión. Semana tras semana se suscitaron cosas poco gratas, para ser específica, algunos de sus compañeros le hacían “bullying” en varias formas: agresión verbal, exclusión y levantamiento de falsos. Imagínense lo que eso significa emocionalmente para una adolescente de 13 años.

La gota que derramó el vaso tuvo lugar el viernes pasado cuando dos niños malcriados –no encuentro otra palabra más descriptiva- le gritaron en medio de una clase, la amenazaron verbalmente y le golpearon su computadora. Ese día al recogerla me percaté que había llorado. Le pregunté por qué había llorado, a lo cual responde narrándome los hechos con lágrimas y tristeza.

Era la señal que necesitaba para tomar una decisión de fondo. Era el momento de tomar acción para alejar a mi hija de ese mundo superficial –que tanto me molesta- y de ayudarla a recuperar el camino de su verdadera esencia.

Después de una exhaustiva investigación, varias conversaciones y reflexión profunda, decidimos dejar esa escuela y empezar a educar a nuestra hija con el sistema “homeschooling” –escuela en casa-.

Ya tenía nociones que esto era posible. En Estados Unidos es común desde hace varias décadas, en América Latina es un movimiento emergente que tiene no más de 7 años. Somos muy afortunados que las leyes nos faciliten hacer Homeschooling en México.

Desde el momento que tomamos la decisión, en la cual estuvo involucrada mi hija, el rostro le cambió, su carita se ve mucho más tranquila, está más contenta y relajada. Está menos rebelde y más cariñosa, y sobre todo emana pura felicidad.

Aunque han pasado unos cuantos días, hemos ido al museo, al ballet, bosquejó los personajes de la novela que está escribiendo y decidió aprender de Arquitectura.

Las compras han pasado a otro plano, ya no está ansiosa de comprar lo que no necesita. Está más enfocada en leer, aprender, crear, disfrutar y conectar con sus nuevas amigas “homeschoolers” sin poses ni pretensiones. Está siendo ella misma, con toda su fuerza y belleza.

Vivir feliz es eso. Hacer lo que amas desde lo más profundo de tu ser. Disfrutarlo inmensamente. Las más grandes creaciones nacen de ese lugar interior. De hacer por el simple hecho de crear lo que traes dentro, lo que tu espíritu grita y requiere plasmar en este plano de la realidad.

Seamos más conscientes de lo que enseñamos a nuestros hijos, pero no con palabras, sino con hechos. Ellos no hacen lo que les decimos que hagan, hacen lo que ven que nosotros hacemos. No significa que no compremos cosas que hacen nuestra vida más bella y agradable, sino que les asignemos a cada cosa la importancia que se merecen.

La misión de vida de cada persona, sus talentos y habilidades están ahí para compartirlos, servir y poner un granito de arena para que este mundo sea cada vez mejor.

El secreto para transformar positivamente el consumismo constante de nuestros hijos, es que los motivemos a desarrollar al máximo sus cualidades, a disfrutar los placeres simples de la vida y a agradecer genuinamente por la vida y por todo lo que tienen.

Dejemos de transmitirles que para sentirse bien con ellos mismos y estar verdaderamente felices es necesario que se vistan de cierta forma, viajen a “x” lugares, tengan el último iphone o vayan a una escuela cara.

El verdadero valor es interno, intrínseco y no se requiere más que estar conscientes de nuestro origen divino, de entender quien somos realmente para vivir a plenitud y en paz. Si tu te valoras, valoras a los demás.

 

Vive con Alegría!!!

 

Sandra